quinta-feira, 16 de agosto de 2012

Las Boleadoras


Antes que Satanás, el ángel rebelde, fuera convertido en el demonio, tú sabrás que era hijo de Dios. Pero, desde pequeño, mostraba zurdas inclinaciones y ejecutaba mil diabluras.
Cierto día su padre lo buscaba para mandarlo hacer una buena obra y él, habiéndose hecho enseñar de brujo virtudes mágicas, se transformó en un ratón.
Dios lo descubrío y vuelto gato lo cazó.
Entonces él se volvió una liebre. Ele se hizo mosquito: Dios se encarnó en un avestruz y lo atrapó. El diablo adoptó la forma de una paloma y su padre, transformado en gavilán, le cortó el vuelo.
-¡Ah! - reflexionó Satanás cuando se vió preso - viene la noche, él no querrá hacerme mal, no tiene armas con qué herirme; me volveré un venado, que es el animal más rápido que existe y corriendo en la sombra podré huir sin miedo.
Y así lo hizo.
Dios, desesperado de su lucha, alzó los ojos al cielo y vió que en ese momento nacían, puras y luminosas, las Tres Marías.
Las llamó, las ató con un pelo de su barba y las arrojó tras del venado veloz que, vencido, vió interrumpida su carrera.
***
Habián nacido las boleadoras.

sábado, 21 de julho de 2012

El Abati (El Maíz)


El jovem mago indio, que era el curandero y el poeta de la tribu, alucinado por un sueño de belleza, olvidábase de curar los enfermos, de componer las canciones guerreras o de cantar los triunfos de la raza.
Soñaba con vírgenes esbeltas, de ojos verdes y de fino pelo de oro.
Realizaba viajes dilatados por extrañas comarcas, a través de meres y montañas, perseguiendo su ideal.
El quería ofrecer a sus gentes una belleza nueva e intentaba descubrir en el reino celeste y en la fauna y la flora elementos que tranformasen en realidad su quimera.
Pero sus hermanos no lo comprendían y exigían los cantos y las curas milagrosas.
No pudiendo conseguirlo, fueron a otra tribu a buscar un hechicero más poderose que el proprio, para destruir su locura.
El mago consultado le respondío:
-¡No hay poder humano ni divino que mate los sueños!... A menos que acabemos con él...
-Sea - aceptaron los emisarios -. De todas maneras, no nos sirve de nada.
El hechicero hizo un conjuro:
-Que se vuelva tierra.
Y así sucedío.
Pero su sueño inmortal pronto retoño en la larva aún confusa tras de la cual pugnaba por existir.
Esta ya tenía el cuerpo esbelto, una seda de cabellos dorados y en el estuche suave de sus frutos unos granos de oro que, fermentados, producían en los hombres una locura hermana del amor.

*** 

Pero el milagro mayor fué que los indios, con la planta nueva, encontraron un alimento en los granos del abatí, que también les rindió un licor - la chicha - alegre compañero de sus fiestas.
Entonces rehabilitaron al soñador, quien, dejado con vida, quizá qué maravilloso regalo les hubiera aportado!

quarta-feira, 4 de julho de 2012

El Churrinche


El indio - nuestro bisabuelo - era silencioso, áspero y heroico. Amaba su tierra como ama el espinillo que hunde en su seno la amorosa raíz y por eso la denfendío del intruso extranjero, con las bolas de piedra mora, con las flechas de urunday, con las lanzas de madera curada.
En su defensa se hizo centauro. No durmío. Cruzó ríos a nado. Sintío el morder del acero y la insiada del fuego traidor.
Pero no cedía.
Su bello cuerpo de bronce jalonó las cuchillas desde el Río como mar hasta el Cuareim y el Ibirá Poitá y no cayó una vez sino de frente y como un héroe.
Se metió en los bosques.
Ganó las sierras.
Sólo retrociedendo ante la furza terrible y ciega, combatió al ibero cruel y lucho contra el mestizo descastado y sin entrañas.
Su número mermó, con su coraje.
¡Los que restaban seguían encendiendo fogatas en los cerros y lanzando gritos de guerra!
Manos mercenarias asesinaron a los último, que no se rindieron.
Fué un rincón de río indígena, de monte espinoso y crudo.
La soldadesca le daba caza como fieras.
Fusilados, heridos, desangrados, se acababan...
Algunos atinaron a hundirse en el río padre que los recibío amoroso.
El último, un cacique joven, fuerte y esbelto, que no pudo arrastrarse hasta el agua salvadora y no quería caer vivo en manos de los intrusos, se alargó la herida que le abría el pecho y sacó su corazón arisco, rojo y libre, que volvió un churrinche de los bosques nativos.
Y ahí anda ese pajarito de fuego.
Agil. Solo Silencioso.
No canta.
Quizá por llorar.
Y como las sensitivas que cierran sus corolas al menor contacto extraño, él se muere si lo meten en una jaula.
Vuela rápido. Como una bola arrojadiza que llevara el haz de paja encendido, el fuego santo que florecía el incendio en la casa del intruso.
Se detiene en un árbol criollo y se dijera que lo florece.
Pero es un relámpago.
Ya se pierde en la espesura maternal ese corazón de charrúa con alas.

terça-feira, 12 de junho de 2012

El Mate Amargo


Nosotros tambén tuvimos nuestro Adán criollo a quien Dios, de una costilla, le formó una Eva que le presentó como compañera.
Luego de la china le trajo el pingo, para la lidia del trabajo y la diversión del paseo e de las carreras; el pingo que no se presta, como la guitarra, que también le regaló para endulzar los pesares, para ensayar estilos, tristes  y vidalitas, donde volcar la poesía de su alma.
Más adelante, para defenderlo de la intemperie, le costruyó el rancho, en cuyo fogón asaría el churrasco para alimentarse.
Despues le trajo el perro vigilante y la alondra matinal de la calandria autóctona para, en la aurora, despertalo con su música desde la enramada.
Y el hombre con todos esos tesoros, aún parecía no estar contento.
Y Dios le perguntó:
-¿Qué te falta?
El paisano le contestó filosofando:
- Todo pasa, Tata Dios, menos el dolor... Mi mujer se puede ir con otro; habrá momentos en los cuales no tendré ganas de cantar; cuando sea viejo no montaré el pingo; el hijo hará rancho aparte, se puede alzar el perro, caerse la casa... Y a mí no me restaría un compañero. Un compañero para contarle despacio las penas, las tristezas de la vida; que me haga sentir su caliente mano de varón y que sea serio, callado y fiel.

***

Entonces Dios le regaló el mate amargo.

segunda-feira, 4 de junho de 2012

El Ombu


Díos repartía sus dones a los árboles y éstos se adelantaban a elegir atributos y bellezas.
Yo quiero ser fuerte, dijo el ñandubay, y fué más duro que la piedra,  más ressistente que el hierro.
Mi ideal es ser saludable, exclamó la anacahuita, y lo conseguió.
Al jacarandá le concedieron esa agilidad de verso temblante, lírica en la primavera cuando luce su penacho lila maravilloso.
El laurel reclámo hojas oscuras y lustrosas.
El espinillo se adornó con sus áureos pompones perfumados.
La pitanga y el guaviyú pidieron azucarados frutos. El ceibo se decoró de bellas flores rojas. El tala quiso rudeza india de nudos y espinas. El viraró, elegancia. El ñapinda avaro reclamó uñas. La aruera, un poder misterioso para castigar a los inciviles que no le rindieran homenaje. El paraíso, aroma. Y las tacuaras, esbeltas y musicales, solicitaron ser útiles para las picanas del trabajo y para arrancar una sonrisa de júbilo a los niños como armazón de la lumino cometa.
Después vino el Ombú.
Dios había agotados todos sus dones.
Algumos atinaron a hundirse en el río que los recibió amaroso.
El último, un cacique joven, fuerte y esbelto, que no pudo arrastrarse hasta el  agua salvadora y no quería caer vivo en manos de los intrusos, se alargó la herida que le abría el pecho y sacó su corazón arisco, rojo y libre, que se volvió un churrinche encendido y voló a refugiarse en el seno caliente delos bosques nativos.
Y ahí anda ese pajarito de fuego.
Agil. Solo. Silencioso.
No canta.
Quizá por no llorar.
Y como las sensitivas que cierran sus corolas al menor contacto extraño, él se muere si lo meten en una jaula.
Vuela rápido. Como una bola arrojadiza que llevara el haz de paja encendido, el fuego santo que florecía el incendio en la casa del intruso.
Se detiene en un árbol criollo y se dijere que lo florece.
Pero es un relámpago.
Ya se pierde en la espesura maternal ese corazón de charrúa con alas.